miércoles, 12 de octubre de 2005

Copia, creación y derechos alrededor de Émile Cohl

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Este año he contado de nuevo la historia del cine de animación a mis alumnos. Revisando mis apuntes, he visto, quizá más claro que otras veces, cómo se sucedieron algunas cosas a finales del siglo XIX, y he pensado (bastante) en la importancia que tuvo en ese momento la copia y utilizar el trabajo de otros para crear un nuevo medio. Esta reflexión aclara mucho la toma de posición ante lo que está pasando hoy (2005) con los derechos de propiedad intelectual y su gestión, las prohibiciones, las restricciones, los abusos. Y para darle sentido a estas conexiones, tomo como centro a Émile Cohl, aquel anciano que, sólo 30 años después de inventar los dibujos animados murió, abandonado y en la miseria de un rincón de un hospital de indigentes de París una noche de enero de 1938, unas horas antes que Meliés, la misma noche que se estrenaba Blanca Nieves y los Siete Enanitos.

Hacia 1883 Cohl formaba parte de un grupo llamado Los Incoherentes. El título de su primera exposición colectiva deja las cosas claras: Una exposición de dibujos por gente que no sabe dibujar. Se podría decir que fueron antecedentes de los dadaístas, pero seguramente tenían más sentido del humor. En el grupo, junto a Cohl encontramos a Paul Bilhaud que expuso un cuadro totalmente pintado de negro: Pelea de negros en un sótano por la noche; a Alphonse Allais que publica el famoso Album Primo-Avrilesque con siete cuadros monocromáticas, entre ellos la pelea de los negros y otros igual de ocurrentes como mi favorito, el rectángulo rojo titulado Cosecha del tomate por cardenales apopléjicos a las orillas del Mar Rojo; o una obra de Sapeck (quien también hacía unas protoperformances paseando por París con la cabeza pintada de azul) que consistía en la Mona Lisa modificada añadiéndole una pipa. Yo conocí a Los Incoherentes hace sólo un par de años, después de estar toda la vida viendo los grandes logros conceptuales del suprematismo, los cuadros monocromos de Malevich (con títulos tan aburridos como Cuadrado blanco sobre fondo blanco) o la reproducción de la Mona Lisa con el bigote añadido por Duchamp.

Esto me lleva a una pregunta, una conclusión, y otra pregunta.

  • Los Incoherentes cuidaban mucho sus catálogos, les interesaba casi más que la propia exposición: hacían dibujos especiales, usaban una imprenta de calidad; en París seguramente debieron sobrevivir algunos ejemplares diez, veinte años, en algún mercadillo, en algún desván. ¿Llegó alguno de estos catálogos a manos de Duchamp, Malevich o los dadaístas?¿lo sabremos algún día?.

  • Si comparamos Pelea de negros en un sótano por la noche de Bilhaud con Cuadrado blanco sobre fondo blanco de Malevich, las principales diferencias son los títulos y que uno es un famoso hito en la historia del arte y otro es casi desconocido, así la conclusión es: si tienes sentido del humor no pasarás a la Historia del Arte. (Mmm, Duchamp tenía cierto sentido del humor, así que esta conclusión no es del todo cierta)

  • ¿Qué hubiera pasado si Bilhaud, Allais o Sapeck o sus herederos se hubieran presentado en el estudio de Malevich, o en el de Duchamp, con una orden judicial por violación de derechos de autor?


Sigo con Cohl, que después de los Incoherentes, tuvo mucha más vida, en el cine de animación.
Me gusta situar el inicio remoto de la animación en Stubbs, y en cómo el mejor pintor de caballos que ha existido cuando los pintaba galopando lo hacía como los niños, con dos patas estiradas hacia adelante y dos hacia atrás, pero no es el único, durante siglos los pintores no podían hacer otra cosa, el ojo humano nunca podrá ver cómo se mueven realmente las patas de los caballos. Pero ahí entra el millonario Leland Stanford y su famosa apuesta de si un caballo al galope tenía las cuatro patas en el aire o no.

Este año, buscando alguna imagen nueva de Stanford, encontré esta magnífica foto del tren donde iba camino de Promontory Summit, a colocar el famoso remache de oro, el golden spike, que terminó la línea de ferrocarril que unió las costas este o oeste. Por encima del paisaje desolado y el tren, lo mejor de la foto: las siluetas de los indios que miran, quizá sin saberlo bien, cómo Stanford va a clavar el mágico clavo dorado que hará desaparecer su mundo. Muybridge, el fotógrafo que demostró para Stanford que sí, que el caballo flotaba en el aire en un momento determinado, con sus famosas secuencias de fotos. Sin la difusión del trabajo de Muybridge, sus copias y versiones, el nacimiento del cine seguro que hubiera sido muy diferente.

Es conocido cómo el operador de Edison Stuart Blackton hizo una película muy influyente con animación stop motion, El hotel encantado. Si esta es la primera película de animación, si fue otra, si el inventor de la animación fue Segundo de Chomón, como sostienen historiadores españoles, no es lo más importante. Lo realmente básico para mí no es quién se lleva esa medalla sino cómo se influyeron unos a otros, y la reflexión de qué hubiera pasado en un mundo como el actual, o el que veremos en el futuro, si alguien hubiera patentado un sistema de animación e impedido que nadie más lo usara hasta pasados 50, 70, 100, o incluso sólo 15 años, sólo con eso la historia hubiera cambiado.

Émile Cohl estudió la película de Blackton fotograma a fotograma. Además de sus incursiones en aquellos grupos artísticos disparatados, era caricaturista, dibujante, titiritero. Me gusta retroceder un poco para recordar que, en Francia, a alguien se le ocurrió hacer un espectáculo de marionetas donde una persona sacaba la cabeza por un agujero en una tela y debajo llevaba un cuerpo de marioneta ridículamente pequeñito: lo llamaron fantoche. Los caricaturistas de la época (entre ellos Gill, maestro de Cohl), a partir de estas marionetas, empezaron a hacer esas caricaturas de gigantescas cabezas y cuerpitos atrofiados que todos hemos visto en periódicos de finales del siglo XIX. Las ideas se transformaban en otras en un instante. Como es sensato, quien quiera que fue el que inventó el fantoche no llamó a sus abogados para impedir que se hicieran esas caricaturas.

Hay una anécdota muy buena de Cohl, que por otra parte los mismos historiadores dicen que es falsa, pero como casi todas las biografías son inventadas retocadas o mejoradas, qué más da. El caso es que iba por la calle en París y se encontró con un cartel de una película hecha con dibujos suyos pirateados. Se cabreó y entró en el estudio (Gaumont); allí, en vez de llamar cada parte a sus abogados y empezar un juicio por derechos de autor, lo contrataron sobre la marcha para que trabajara con ellos. Problema resuelto.

En 1908 Cohl hizo 700 dibujos que fueron la primera película completamente animada, Fantasmagorie. Un par de años después, en Estados Unidos, Winsor McCay, el dibujante de Little Nemo, ha visto Fantasmagorie y otras películas de Cohl. La capacidad para dibujar de McCay era increíble. Me gusta contar cómo en su pueblo, de niño hizo un dibujo en la pizarra del colegio tan bueno que le hicieron fotografías y vendían las copias, o cómo montaba sus chalk-shows, con una pizarra en un escenario, dibujando para el público en directo. Interesado por esas películas francesas, con los personajes de Little Nemo McCay hace él mismo 4000 dibujos en papel. No se había inventado la técnica del acetato, así que eran dibujos individuales, completos, 4000; es una barbaridad, aquí no hay dibujantes de intercalación, ayudantes, equipo de trabajo, sólo Winsor dibujando en folios. Yo cada vez que veo esa peliculita me sorprendo de cómo, sin referencia alguna, caminando por un territorio completamente inexplorado, pudo tener esos resultados tan buenos. Poco después dibuja otra película mítica, con más dibujos, Gertie la dinosauria el primer personaje creado para la animación, con la que montaba un show muy peculiar, subido al escenario junto a la proyección, ordenándose que hiciera cosas Vamos, Gertie, levanta la pata derecha (tenía memorizada toda la película).

Cohl, hacia 1912 viaja a Estados Unidos para trabajar en lo que dicen que es la primera serie de películas de animación, The Newlyweds. En Nueva York, ve en un teatro películas de McCay, como por ejemplo Gertie. Sale del teatro extasiado. Y lo que acaba de ver a su vez le influye en su trabajo. Al final de su vida, después del incendio de los estudios americanos donde trabajó, después de toda su vida creando cientos de películas, sólo existían dos o tres, una única copia de Fantasmagorie, que se encontró en Roma en los años 30, y así.

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