viernes, 29 de octubre de 2004

Espinita 008: Galletas redondas

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Sé que esta historia es una versión de una otra que leí alguna vez en alguna parte, adaptada a estos personajes y a este territorio. Creo, estoy casi seguro, de que es la única adaptación que he hecho hasta el momento. En general es una cuestión de principios para mí evitarlo: se abusa mucho de las versiones o adaptaciones de historias ajenas, las respeto pero alguien tiene que hacer historias más o menos nuevas en algún momento ¿no?. Este es el único caso que yo recuerde en que me he saltado mi propia norma, pero conscientemente, como imperfección, para recordarme dónde está el suelo. Lo que sí que no recuerdo (tampoco importa) es dónde leí la historia.

En cuanto a la técnica, después de algunos bocetos hice una versión a lápiz, y se la dejé a mi hija, de 5 años, para que la coloreara, para estimularla un poco. Hizo algunos disparates, pero hay que decir que usó algunos recursos gráficos sorprendentes, y aunque luego yo trabajé sobre su coloreado, que quedó irreconocible, aprendí de la experiencia.

Creo que mejor que yo, lo explica Orson Scott Card en El Juego de Ender:

—Necesito que seas ingenioso, Bean. Necesito que pienses soluciones para problemas que
todavía no hemos visto. Quiero que intentes cosas que nadie ha intentado porque sean
absolutamente estúpidas.
—¿Por qué yo?
—Porque aunque hay soldados mejores que tú en la escuadra Dragón, no muchos, pero
algunos, no hay nadie que piense mejor y más rápido que tú.
...
—¿Y qué pasa si no se me ocurre nada?
—Entonces estaba equivocado con respecto a ti.
Bean esbozó una sonrisa.
—No estás equivocado. Las luces se apagaron.
...
Pensó en media docena de ideas antes de dormirse. Ender estaría satisfecho; todas eran estúpidas.



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viernes, 22 de octubre de 2004

Espinita 007: Una ciudad

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Las ciudades ideales son de esas imágenes que descubres por ti mismo, nunca acabas de entender por qué no te has fijado en ellas antes y ya no olvidas nunca. No las he visto en directo, no es fácil con lo dispersas que están por el mundo: Italia, Estados Unidos, Alemania. En esta historia usé un fragmento de la que está en Urbino, Italia (Galería Nacional de las Marcas); podría haber sido de cualquiera de las otras dos.

Al principio yo en estos cuadros leía metafísica, soledad, pureza, Italo Calvino, minimalismo, cosas así. Cuando vi la película 12 Monos, sé que ni me fijé en que aparecía una de estas tres tablas; por aquella época yo aún no había descubierto a las Ciudades. Pero un día, viendo la película en casa, me saltó a la vista el travelling hacia atrás desde la Tabla de Baltimore, como un golpe. Entonces, a mi visión de estas tres piezas se añadieron otros matices: el mundo del futuro destruido por el hombre, del que sólo quedan ciudades intactas y desiertas, los virus que exterminan a la especie, la bomba de neutrones.

He buscado información sobre la película y sorprendentemente parece que nadie habla de este cuadro, y aunque no es imprescindible, sí que es un elemento importante y que de un modo sutil encaja perfectamente con la historia, enriqueciéndola. En el guión de la película la escena donde vemos el cuadro es así:

INT. ART GALLERY - NIGHT

A strikingly "real" world of bright colors. Extravagant paintings adorn the walls. A POET, tiny and ruddy faced, squints over his glasses as he reads in a booming voice to an AUDIENCE of thirty seated on folding chairs.

POET
Still among the myriad microwaves, the
infra-red messages, the gigabytes of ones
and zeroes, we find words, infinitesimally
small, byte-sized now, tinier even than
science lurking in some vague electricity
where, if we listen we can hear the solitary
voice of that poet telling us,
"We are no other than a moving row
Of Magic shadow-shapes that come and go
Round with the Sun-illumined Lantern hold
In Midnight by the Master of the show."

As the POET reads, we STUDY the audience, mostly YUPPIE CULTURE JUNKIES or BOHEMIANS. Among them, a light-haired woman of twenty-eight, soberly dressed, wearing glasses. She's KATHRYN RAILLY. And it's her beeper that suddenly BEEPS. BEEP! BEEP!


No se nombra para nada a la Tabla, sólo se habla de extravagant paintings. ¿Fue una improvisación? ¿se escribió el guión antes de conseguir permiso para rodar en el museo Walters?¿no se nombra porque el director y el guionista ya sabían qué cuadro usar?. No lo sé. El guionista es David Peoples, con el que tengo algo más que averiguar, quizá, algún día: él fue una de las personas que participó en el guión de Blade Runner, y...
y mejor dejo esta ramificación para otro post futuro.

La tabla de Baltimore está en el museo Walters, que recoge la colección de William y sobre todo de su hijo Henry Walters, que fue quien a finales del siglo XIX compró en Roma la colección Massarenti, con una lista vertiginosa de 1700 objetos, entre ellos, esta Ciudad Ideal; Walters fletó un barco y se llevó todo a Baltimore, donde compró tres casas más para colocarlo todo. La colección estaba en el Palazzo Accoramboni, en Roma, en el barrio del Borgo, justo en la Spina del Borgo, y tuvo mala suerte porque en los años 30, Mussolini demolió medio barrio para hacer una gran avenida, la Via de la Conciliazione, que desembocara en la Plaza de San Pedro, desde el Castillo de Sant'Angelo. Entre lo demolido, el Palazzo Accoramboni.

Estos tres cuadros también me llevan a los dibujos de perspectiva de decorados teatrales de Serlio: la Escena Trágica, la Escena Cómica... Las relaciones entre perspectiva, decorados teatrales, arquitectura, ilusionismo óptico, son otro mundo que se abre y nos lleva muy lejos, pero donde hoy no entraré.

Una última mirada al cómic: quise contrastar los sueños de Siete, perdido en una arquitectura gélida, con la calidez de los barrancos por donde Espín lo acompaña mientras se van alejando entre sí, no sólo físicamente.

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viernes, 15 de octubre de 2004

Espinita 006: Puntería

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Las historias de Espinita las empecé a dibujar hace ya mucho, creo que en 1985 (más o menos). En esa época, realmente las dibujaba, es decir, desarrollaba la historia a medida que iba dibujando versiones toscas, casi bocetos. Hace mucho que ya no, que escribo guiones y sólo mucho después dibujo la historia. Esta diferencia entre dibujar y escribir no es un detalle lateral, sino que (creo) condiciona la propia historia: Espinita (tampoco se llamaba así por entonces, realmente no tenía nombre) en 1985 eran historias físicas, todo eran golpes, caídas, plonc, pum, plas, ay, croc, plaf, riiiic, bum, como películas de cine mudo (de la Keystone). Desde hace años, las historias tienen poco de físicas, poco movimiento, nada de caídas, más diálogo y más procesos mentales. En cierto modo ahora me gusta más escribir la historia que dibujarla, de hecho una vez escrita a veces pienso (no debería hacerlo) que por qué dibujarla.
Puntería es de esas historias antiguas, una de las pocas supervivientes, creo que la dejé como un recuerdo.

Como curiosidad, en loa materiales extra de la historia he puesto una versión esbozada, debe ser de finales de los años 80, y debería haber otra más antigua aún, pero supongo que la perdí.

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Aquella tarde en que vi por primera y última vez a la Mir camino del océano.

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Hace unos días, en el blog de La Petite Claudine, que suelo leer con interés, me encontré con una bolsa para ordenador, con la particularidad de estar fabricada con materiales usados en los Soyuz (concretamente, tela de paracaídas). Este post hace que sienta un poco de nostalgia por cosas que nunca viví: la historia de la exploración del cosmos soviética desde los años 50 hasta los comienzos del siglo 21. El único trocito al que llegué es tan fugaz que se necesita mucha sublimación para fijarlo:

Era el año 2001, la estación espacial Mir se estaba cayendo. En alguna parte había leído los días y horas exactas en que estaba calculado que se vería en el cielo sobre esta isla; los dos primeros días estuvo nublado, con ese mar de nubes espeso que cubre el Valle; sólo quedaba un día, luego la Estación iba directa a la desintegración. Recién anochecido, cielo despejado, todos en la azotea esperando, y en el momento exacto en que estaba calculado apareció tan brillante como Sirio, sobre las siluetas de los telescopios de Izaña, hacia el Oeste; a toda velocidad, mucho más rápida que cualquier cosa que yo haya visto en el cielo, cruzó sobre La Ladera en dirección sureste, silenciosa, haciéndose pequeñita mientras se alejaba; no sé por qué uno espera que algo tan brillante y tan veloz debería hacer ruido, pero no fue así. En total el paso de la Mir duró unos 30-40 segundos. Es difícil olvidarlo.

En ese mes de marzo de 2001, durante semanas escuché noticias en las que se decía más o menos que la Mir podía caer en cualquier sitio, se hablaba de lo desastroso del programa espacial soviético, se mezclaba con la descomposición de la URSS, a la vez que se derrotaba toda una serie de opciones históricas, éticas, políticas, estéticas incluso. Un ejemplo:
Rusia esperaba ayer con angustia la caída de la Mir, prevista para las 7.30 de hoy (hora peninsular) en una zona alrededor de los 44 grados de latitud sur y 150 grados de longitud oeste. Una inquietud muy diferente a la que podían tener los neozelandeses o los chilenos, sobre cuyas cabezas había una remota posibilidad de que cayera algún fragmento del coloso orbital. Para los rusos, con la nave se hunde el orgullo de sentirse ciudadanos de la primera potencia espacial. El fin de la Mir supone asumir que viven en un país de segunda fila, la dura realidad no sólo de que están a la zaga de EE UU, sino de que la distancia aumenta.


Por lo que yo sé, la Mir, diseñada para una vida de 5 años y que duró en órbita 15, cayó cuándo y dónde los ingenieros decidieron, no hubo accidentes, pero no quiero ahora ponerme a analizar la situación actual de las industrias aeroespaciales del mundo, no es mi campo. Yo sólo puedo hablar desde lo subjetivo de mis emociones ante la estética seca y lo-fi de la cosmonáutica soviética; de esos perritos cosmonautas saliendo al espacio y regresando (excepto sí, la pobre Laika); de Valentina Tereshkova orbitando la Tierra en 1963, cuando yo estaba recién nacido; de las naves robóticas, los Lunik, estrellándose contra la Luna, fotografiándola por la cara oculta, alunizando, perforando, recogiendo piedras y trayéndolas cuidadosamente a la Tierra; de los Lunajod, con su aspecto de cacharro delirante de prototipo de científico loco recorriendo ellos solos la superficie de la Luna haciendo experimentos, enviando resultados en una época ya tan lejana como 1970, mientras yo con 7 años seguramente estaba jugando a hacer cometas en el barranco cerca de casa de mi abuela. A esos recuerdos que no tengo pero que puedo reconstruir les debo seguramente un guión, no sé cómo.

lunes, 11 de octubre de 2004

Espinita 005: Un cubo y dos piedras

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Esta es una historia antigua, que resultó de la fusión de otras dos muy cortitas. La línea de unión se nota, pero en su momento la dejé así por razones que olvidé; como el título, no lo entiendo del todo. Algo que pasa cuando llevas mucho tiempo de guiones, revisiones, cambios, es que años después has olvidado tanto que ves como por otros ojos el trabajo de alguien extraño.

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sábado, 9 de octubre de 2004

Microhistoria: la vida circular

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Mi intención es publicar una historia nueva cada jueves o viernes, pero ya estamos en sábado y la historia de esta semana lleva mucho retraso; realmente está casi acabada pero no termina de gustarme el estilo y quiero trabajarla unos días más.
Así que publico esta microhistoria sin título, sobre la vida en círculos, sólo en el blog.

lunes, 4 de octubre de 2004

Espinita y la Cultura Libre

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La serie de cómics Espinita es un proyecto en el que he trabajado muchos años, realmente es en lo que más tiempo he invertido en toda mi vida, y eso sin considerar los trabajos en otros campos, como pintura, dibujo, fotografía o incluso música que finalmente han ayudado a definir paisajes, acompañar historias, centrar personajes, enriquecer estilos gráficos.
Estoy convencido de que Espinita tiene que ser parte de la Cultura Libre, y por eso lo publico en Internet con licencia Creative Commons. Para mí, es la única opción ética posible. No sé si cambiaré de opinión con el tiempo, pero espero no hacerlo. Mientras tanto, quizá ayude a alguien en el mundo a ser creativo.

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Agradezco enormemente el trabajo que han realizado en todo esto las personas que están detrás de la web Elástico y todas las personas que de alguna forma me han enseñado y ayudado a pensar.


Reproduzco ahora un artículo de Carlos Sánchez Almeida (también enlazo aquí con el original, a donde te recomiendo que vayas para encontrar muchos enlaces sobre el tema) con el que no estoy totalmente de acuerdo (aunque por supuesto copio entero), pero que considero necesario y esclarecedor, y uno de esos textos que te encuentras de vez en cuando y que donde antes había un muro abren una ventana y de repente puedes ver un montón de cosas nuevas desde ahí, o cosas viejas pero desde otro punto de vista. Una vez volé en avioneta sobre la isla y se parece en algo.




República Internet. octubre 1, 2004
Carta a Hipatia
Por Carlos Sánchez Almeida



“Lo perdimos todo, pero por eso mismo apostamos por algo
que sólo te pueden arrebatar matándote: el conocimiento.”

Sari Nusseibeh



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1.- A modo de prólogo: Cántico por Leibowitz

Este texto está dedicado a Manuel Hernández, un carmelita descalzo que, en los días que escribo, y según informa Ramón Lobo para El País, es el último español residente en Irak. Se ha quedado allí para defender la biblioteca de su convento, sin armas, de la única forma que se pueden defender las bibliotecas: ordenando, limpiando y clasificando sus libros. Con sus santos cojones –con perdón- y con una provisión de chorizo en la despensa. En la entrevista comenta con amargura que se pasa las tardes peleándose con Internet: “No consigo ver periódicos españoles; todos piden clave de acceso”. Entre ellos, aquel en el que se publica su entrevista, dado que el grupo mediático al que pertenece se ha empeñado en poner candados a la información, sea en Internet o a través de las señales de radiodifusión televisiva, mientras vende los libros de Saramago a veinte euros.

Un hombre solo, encerrado en su biblioteca, empeñado en salvar un montón de libros. Como tantos monjes anónimos a lo largo de la historia, como el hermano Francis de “Cántico por Leibowitz”, como tú, Hipatia.

2.- La nueva Alejandría

Cuando Ignasi Labastida, coordinador del proyecto de traducción de las licencias Creative Commons, me pidió que preparase un texto para la presentación, lo primero que pensé es que yo no era la persona adecuada. Y no sólo porque hay otras personas que en nuestro país han hecho mucho más que yo por la difusión del copyleft; sin ir más lejos, Pepe Cervera y Javier Candeira, que hoy nos acompañan en esta mesa, o mi compañero y amigo Javier Maestre, cuyos conocimientos de inglés jurídico le han permitido abordar un gran trabajo de traducción. Hay otra razón más importante, que me convierten en una persona “inadecuada”, y es que yo no creo ni en el copyright ni en el copyleft: en lo que de verdad creo es en la piratería.

No se me asusten: cuando hablo de piratería me estoy refiriendo a la libertad de copia total, sin restricciones. Al derecho de cita en su sentido más amplio, a los hombros de gigantes sobre los que se sentaba Newton, para ver más lejos que nadie hasta entonces. A lo que ha venido haciendo el ser humano desde el principio de los tiempos: compartir el conocimiento.

La cuestión es que no podía defraudar la inmerecida confianza que los organizadores de este acto habían depositado en mi, así que me vi en el brete de improvisar unas palabras para defender algo en lo que no creo. Algo tremendamente complicado para un abogado –no se rían, por favor-, casi tanto como lo sería improvisar sermones para un cura ateo. Como es lógico, dados mis antecedentes, decidí recurrir a la piratería.

Tratándose de copiar ideas, lo primero que me vino a la cabeza es un viejo texto de Carl Sagan, publicado en su monumental obra “Cosmos”, donde explicaba la historia de la Biblioteca de Alejandría, cómo registraban todos los barcos que llegaban a su puerto en busca de libros. También lo cuenta Simon Singh en “El enigma de Fermat”. Se confiscaban todos los libros que los barcos llevasen consigo, y pasaban a manos de los escribas. Éstos copiaban los volúmenes y donaban el original a la biblioteca mientras que al propietario podían ofrecerle con displicencia un duplicado de la obra. Gracias a este meticuloso servicio de reproducciones para los antiguos viajeros, los historiadores de hoy mantienen cierta esperanza de que una copia de algún gran texto perdido pueda aparecer en un desván de cualquier rincón del mundo. Eso es lo que ocurrió en 1906, cuando J.L. Heiberg descubrió en Constantinopla un manuscrito, el Método, que contenía algunos de los escritos originales de Arquímedes.

También cuenta Sagan que la última bibliotecaria de Alejandría fue Hipatia. Y pensando en hablar de ella y para ella, me vino a la cabeza el blog que bajo el título “Mails a Hipàtia”, mantiene Vicent Partal, director de Vilaweb, el primer periódico en catalán de Internet. Decidí consumar mi crimen, no sin antes pedirle respetuosamente permiso a Vicent para piratear su idea. Excusatio non petita, acusatio manifesta.

Este humilde texto es una carta a Hipatia. Quiero explicarle a la última bibliotecaria de Alejandría a dónde hemos llegado, desde aquel lejano día en que se quedó sola, defendiendo su biblioteca. Y quiero explicárselo porque ahora, igual que entonces, son perseguidos todos aquellos que se acercan a la fruta prohibida del árbol de la ciencia. Porque en estos tiempos confusos que nos ha tocado vivir, es cuando más cerca está de cumplirse el sueño de Hipatia: la unificación, en una sola biblioteca, de todo el patrimonio cultural de la humanidad.

Y porque también ahora, la nueva Alejandría corre peligro. En unos casos, mediante la censura, y en muchos más, utilizando la propiedad intelectual como mordaza.

Han pasado dos mil años, y la lucha no ha terminado. Ahora los inquisidores visten toga, y se llenan la boca de derechos de autor, asesinando a Hipatia con cada nueva demanda que presentan. Igual que aquellos fanáticos enfurecidos que arrancaron la piel de Hipatia, para después prender fuego a su biblioteca, siguiendo consignas del arzobispo Cirilo, después proclamado santo:


“un grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables...”
Son palabras de Cervantes, la siguiente víctima de esta epístola. Hace escasas fechas, Miquel Vidal, webmaster de Barrapunto, y otra de las personas que dignificarían esta mesa con su presencia, me reprendía amablemente por sostener que la difusión del Quijote por Europa se debió en buena parte a la piratería de impresores sin escrúpulos. Sostenía Miquel, con razón, que no podía hablarse de piratería cuando no existían derechos de autor. Debíase mi yerro a la censura del licenciado Márquez Torres a la segunda parte del Quijote:


"muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y, tocando acaso en éste que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte désta, y la novelas. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?" Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre,haga rico a todo el mundo".
Viejo, soldado, hidalgo y pobre. Así murió Cervantes, pocos meses después de que se escribiesen esas palabras, mientras en toda Europa ya se conocía su obra. El autor que hiciera ricos a tantos y tantos impresores fue enterrado con la cara descubierta, siendo sufragado su sepelio con cargo a la beneficencia. Sea ésta la mayor, que no la última, paradoja de los derechos de autor, que sólo enriquecen a aquellos que los roban.

3.- Si la propiedad es un robo, los derechos de autor son un timo

Habré de confesarme de un nuevo pecado: a mi codicia le sumo la ignorancia. No hará ni dos años que descubrí las Creative Commons, de la mano del periodista, músico, y sin embargo amigo, Nacho Escolar, en cuyo blog Escolar.net aparecía un curioso símbolo gris con la leyenda “Some rights reserved”, algunos derechos reservados. Mofándome de él, quedé de lo más corrido, y mi penitencia no es otra que estar hoy aquí defendiendo la magna obra de Lorenzo Lessig, traducida a los idiomas de Cervantes y Ausiàs March.

Quien publica en Internet desde hace años, y conoce las reglas no escritas del medio, sabe que nada puede reclamar cuando le copian. Como mucho, y con buena voluntad, podría conseguirse el respeto por una de esas normas consuetudinarias: la etiqueta de la Red, por la cual aquel que cita a otro, debe informar al lector de la fuente original. Una regla vulnerada sistemáticamente por los medios convencionales que invadieron la Red en busca del Dorado, y que no contentos con haber intentado convertirla -fracasando- en un gran bazar, ahora quieren mutarla en campo de batallas judiciales.

A medio camino entre los mercaderes del copyright y los piratas, Lessig se me antojaba un iluso, un parvenu, alguien que no llegó a tiempo con la primera generación de ciberactivistas, y que en consecuencia tenía que buscar nuevas vías de negocio, abriéndose camino para buscar su nicho ecológico entre los dinosaurios de la Electronic Frontier Foundation.

Reconozco mi error, como tendrán que reconocerlo a medio plazo todos aquellos que aún desprecian el fenómeno weblog. Creative Commons, sea o no un negocio para Lessig, es una iniciativa imprescindible. Y lo es porque de ella depende la supervivencia del espíritu Internet.

A lo largo de los últimos años hemos visto ridiculeces de todo tipo. De entre todas, se llevan la palma las de aquellos leguleyos que planteaban acciones judiciales contra los enlaces de hipertexto, que son la esencia de la Red. Mercaderes que pretenden poner candados a la información, en nombre de la sacrosanta propiedad intelectual, al tiempo que imponen condiciones leoninas a sus creadores. Una especie que todavía tiene mucho poder en el mundo real, en la medida que los políticos profesionales les obedecen, redactando las leyes a su dictado. Pero también una especie que desconoce las reglas no escritas de la Red, con las que se han estrellado una y otra vez.

En este panorama, un mirlo blanco como Lessig es necesario. Y lo es porque ofrece un lenguaje inteligible a dos sectores hasta ahora irreconciliables: ofrece un texto jurídico que pueden entender tanto los que adoran la ley como los que, despreciándola, sólo creen en la etiqueta de la Red. Un texto que eleva la norma no escrita de Internet a rango de ley entre las partes. Las licencias Creative Commons conjugan el respeto a la autoría, el reconocimiento al creador original, con la posibilidad de que su obra se difunda entre el mayor público posible. Algo esencial para el nuevo tejido comunicacional que conforman los weblogs.

En pocos años no recordaremos cómo era posible pasarnos una mañana visitando sitios: pasarán a la historia los medios que no sindiquen sus contenidos mediante agregadores como Feedmania o Bloglines. En esa nueva Internet, Creative Commons será la ley. Y lo será porque de ello depende la supervivencia de Internet como la Nueva Alejandría, como gran tesoro del conocimiento humano.

Richard Stallman, en una de sus maravillosas metáforas, ha definido las patentes de software como un campo minado: cuesta muy poco sembrar los campos con ellas, y muchísimo trabajo eliminarlas. En el campo colectivo del conocimiento, cada señal de copyright es una mina contra la inteligencia, un atentado criminal al patrimonio cultural de la humanidad.

Sólo podremos reconstruir la Gran Biblioteca si mantenemos su integridad, y para ello hemos de volcar todo el conocimiento en la Red, de forma libre y gratuita. Y para conseguir ese objetivo, tenemos que vencer a los mercaderes de la cultura, desterrando de la Red a su areópago de leguleyos. Y en ese contexto de guerra total, Creative Commons es un arma de creación masiva.

4.- Si tiene copyright, no lo compres

La marca de los justos, frente a la que nada podrá hacer el ángel exterminador del copyright: eso es lo que representa Creative Commons para la nueva Internet. Un sello gris que informa al lector, diciéndole: lo que aquí encuentres pertenece a todos: su autor lo ha creado para que lo veas, para que lo copies, para que lo compartas, para que puedas crear tú también. Para que la galaxia de la creación común se multiplique como granos de arena. Para que las nuevas luminarias de la creación libre guíen la inteligencia humana, más allá de los agujeros negros del copyright.

Lawrence Lessig y Creative Commons han abierto una senda en el campo de minas, colgando en Internet un buscador de obras bajo licencia procomún, que permite encontrar todo tipo de creaciones intelectuales copyleft. No necesitamos a los grandes medios: en toda nuestra vida, no tendremos tiempo de leer todo aquello que ya es patrimonio común.

Cuando empresas como Disney, -que como ha denunciado Lessig, deben buena parte de sus títulos al reciclado de obras que ya estaban en el dominio público- consiguen que los partidos políticos amplíen el plazo de copyright hasta los 95 años; cuando los dos partidos políticos mayoritarios en España redactan un Código Penal a la medida de los grandes editores, la apuesta por el copyleft se convierte en militancia.

Normas como la Ley Orgánica 15/2003, que criminaliza la simple difusión de información, cuando ésta perjudique a los titulares de los derechos de autor, nos obligan a tomar partido. Ante la represión, sólo cabe la revuelta; y la revuelta, hoy, es renegar del copyright. Si no tiene un sello gris que permita difundir libremente la cultura, si no es copyleft, no lo compres. No lo leas, no lo escuches, no lo copies. No interesa.

Lo confieso, soy un sectario: me han obligado a serlo aquellos que me amenazan con cárcel mientras se llenan la boca de derechos de autor. Y por ello propongo desde aquí tomar partido: o con la cultura, o con el copyright. Como si fuese una consigna revolucionaria: si tiene copyright, no lo compres.

Que se guarden sus textos, sus canciones, sus películas. Si ensucian su obra con la rúbrica “Todos los derechos reservados”, la enterrarán para siempre.

5.- "Quant el preu, tan mòdic es, que penso no cobrar res"

A raíz de la caída de Málaga durante la Guerra Civil, el poeta León Felipe escribió un poema titulado “La insignia”. En su preámbulo escribió la más bella definición del copyleft que he podido encontrar:


“Este poema se inició a raíz de la caída de Málaga y adquirió esta expresión después de la caída de Bilbao. Así como va aquí es la última variante, la más estructurada, la que prefiere y suscribe el autor. Y anula todas las demás anteriores que ha publicado la prensa. No se dice esto por razones ni intereses editoriales. Aquí no hay Copyright. Se han impreso quinientos ejemplares para tirarlos al aire de Valencia y que los multiplique el viento.“

El copyright restrictivo es un inmenso cementerio de libros, condenados a la podredumbre por miserables que jamás los leerán. A sus turbios manejos políticos, como destapa Lessig en Free Culture, les debemos, por poner un ejemplo, que la Edad de Oro de la Ciencia Ficción siga en manos de editores mediocres. Obras maravillosas, que deberían haber pasado hace mucho tiempo al dominio público, duermen en el limbo del olvido.

Internet es una revolución, que nos sitúa en una encrucijada de importancia capital. De lo que ahora hagamos, tendremos que rendir cuentas ante nuestros descendientes. Cuando quieren arrebatarnos el campo común de la cultura, nuestro creative commons, nuestro procomún creativo, “el nostre empriu creatiu”, no caben medias tintas. Poder encender el ordenador y leer, escuchar, visualizar el patrimonio cultural que nos ha hecho humanos, no puede, ni debe, ser una batalla judicial. Ha de ser una prioridad política, porque es una necesidad histórica.

Sentado sobre hombros de gigantes, y no por ello menos miope, este texto que hoy firmo no tiene importancia, es otro grano de arena, una lágrima en la lluvia. Todo cuanto hay en él se lo debo a otras personas, muchas de las cuales han muerto; afortunadamente, también hay muchas que hoy me honran con su amistad. Todos me han enseñado algo, y por ello este texto no puede tener copyright: sería una apropiación indebida. Es para ti, Hipatia, y para cuantos quieran leerlo, copiarlo, reutilizarlo, e incluso olvidarlo, como la tierra que un día me cubra olvidará a su autor. Renunciando a cualquier derecho, para mi y para mis herederos, lo dejo sembrado en el campo común.

Y si ha de dar algún fruto, que lo multiplique el viento.


Barcelona, 1 de octubre de 2004.
Carlos Sánchez Almeida
República Internet