domingo, 4 de diciembre de 2005

Huracán

20051204huracan


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Nadie hubiera reconocido el paisaje; era como si lo hubiese arrasado una crecida. No podíais decir, geográficamente hablando, dónde estabais. La vegetación es lo que individualiza a un paisaje tropical, y no la conformación del suelo; y ahora toda la vegetación se había convertido en pulpa en una extensión de muchos kilómetros. El suelo había sido arrasado por ríos improvisados que mordían profundamente la roja tierra. Sólo se divisaba un ser viviente: una vaca que había perdido los dos cuernos.

La parte de madera de la casa había desaparecido casi por completo. Después que ellos lograran refugiarse, se habían derrumbado, una tras otra, las paredes. Los muebles se habían convertido en astillas. Hasta la pesada mesa-comedor de caoba, por la cual sentían los Bas-Thornton gran cariño —siempre la tenían con las patas metidas en aceite para librarla de las hormigas—, se había esfumado. Quedaban algunos fragmentos que podían haberle pertenecido o no; resultaba imposible saberlo a ciencia cierta.

El señor Thornton volvió al sótano y ayudó a salir a su mujer, la cual tenía los miembros tan agarrotados que apenas podía moverse. Se arrodillaron juntos y dieron gracias a Dios por no haberlos tratado peor. Luego, ya en pie, miraron atontados alrededor. Costaba trabajo creer que todo aquello lo había causado una corriente de aire. El señor Thornton palpó la atmósfera. Mientras estaba tranquila, ¡resultaba tan extraña y suave! ¿Cómo podía uno creer que el movimiento, algo tan impalpable, lo hubiese endurecido, que ese meteoro se hubiera apoderado la noche anterior de Betsy la Gorda, con la rapacidad de un tigre y el poder de elevación de un águila, y se la hubiera llevado en volandas —como vieron sus propios ojos— haciéndola cruzar dos campos de considerable extensión?

La señora Thornton comprendió aquel gesto.
- Recuerda quién es su Príncipe —dijo.
...
Los niños estuvieron malhumorados unos cuantos días, y sentían cierta aversión unos contra otros; pero, casi sin darse cuenta, fueron aceptando el cambio que se había operado en sus vidas. Es indudable que se necesita experiencia para distinguir lo que es una catástrofe de lo que no lo es. La infancia no posee apenas la facultad de discernir entre un desastre y el curso normal de la vida. Si Emily hubiera sabido que aquello era un Huracán, sin duda se habría impresionado muchísimo más, pues esta palabra rebosaba románticos terrores. Pero nunca llegó a saberlo, y una tormenta, por fuerte que sea, es después de todo una vulgaridad.

Richard Hughes. Huracán en Jamaica. Destinolibro. (A High Wind in Jamaica, traducción de Rafael Vázquez Zamora)



Hace casi una semana llegó a las islas un huracán.
El viento, el rugido era tan intenso que ni siquiera oímos caerse a los árboles, encerrados en una habitación, la más segura, notando temblar toda la casa. Llovió, no mucho, hacía un poco de frío, y entonces lo más que me impresionó: dejó de llover, vino un aire caliente, muy caliente, casi secó el suelo, una pausa y el huracán.

Los meteorólogos lo llamaron tormenta tropical Delta, pero el viento alcanzó velocidades de más de 150 km/h, por ejemplo en el valle donde vivo, que es lo que técnicamente hace que se defina como huracán. Supongo que se evitó la palabra para tranquilizar a la población. He estado cinco días cortando árboles rotos de mi jardín: cayó el pimentero que tenía unos 10 metros de altura, se partió una ceiba, la mitad del cereus de 4 metros, medio frangipán, sólo quedó el tronco del jacarandá, las plantas pequeñas pulverizadas.

Cayeron muros, invernaderos, postes, torres de alta tensión. Cinco días sin electricidad, internet, teléfono. La vida ha estado paralizada, reparando los daños.
La semana próxima seguiré con el cómic, aún tiene que venir una grúa, intentaremos levantar el tronco del pimentero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo el cariño y la fuerza para que te levantes del golpe de la naturaleza.

Un abrazo y a volver a sembrar las plantas...