1987
1987 y parte de 1988 lo pasé en el servicio militar. Tras un tiempo - no recuerdo cuánto - en el Cerro Muriano en Murcia y un periplo hasta Gran Canaria en tren y barco estuve casi un año
destinado en la Compañía de Servicios de Infantería de Marina en el cuartel Manuel Lois, en el Barranco de Guanarteme.
Por supuesto estaba prohibido para los soldados usar cámaras de fotos. Adapté una cámara de juguete de plástico que usaba el
formato 110, básicamente eliminado casi todas las piezas y quedándome con la lente y el obturador, que hacía funcionar manualmente moviendo un muelle de acero. La cámara mide aproximadamente 2/3 de un chasis 110. La llevaba de vez en cuando en un bolsillo lateral que tenía el pantalón mimetizado. Llevaba a revelar las películas a cualquier tienda de fotografía, indicando que
"positivaran todo".
Aquel año fue una especie de no-tiempo llenado con aburrimiento, rutinas, noches de guardias absurdas, y recuerdos ya olvidados.
El proyecto fotográfico fue algo íntimo, desordenado y desesperanzado. Ahora he escaneado las fotos que guardaba en una caja, las he ordenado y en los casos en que tenían escrito títulos los he conservado. Junto a las fotos dentro del barranco hay algunas de viajes a mi casa -siempre en barco- y de momentos en Las Palmas.
También hay un grupo de fotos de cráneos y momias del Museo Arqueológico de Tenerife. No tengo recuerdos de por qué lo hice, pero ahora lo veo conectado a mi vida en el barranco. De hecho un suceso que recuerdo fue cómo un amigo, estando de guardia, escarbando por aburrimiento con la bayoneta en un terraplén en uno de los extremos del cuartel encontró una serie de huesos humanos. Nunca supe qué pasó exactamente con aquello, solo rumores de que se trataba de desaparecidos de la guerra civil y de que alguien metió los huesos en cajas metálicas de percutores, un detalle innecesario, pero lo recuerdo.
A las tres y media de la madrugada del 26 de abril de 1987 alguien gritó MAAAA
Gráfico y proyecto de portada para MAAAA
Hacer fotos fue un proyecto accesorio. En cierto modo todo lo fue, pero quiero anotar que ese año me centré más en el trabajo sobre composiciones sonoras, ambientes, ruidismo, sonidos encontrados, fragmentos de la radio etc que, tras un proyecto fallido que se llamaría MAAAA al final cristalizaron en dos cintas de casette llamadas
Liferfe, mis últimas exploraciones sonoras. Así, junto a las fotos tomaba notas o, en un piso alquilado que tenía en Las Palmas grababa sonidos.
De los textos que conservo de ese año reproduzco dos que describen de alguna forma aquella vida (también se ve lo desquiciado que estaba en algunos momentos) y que complementan a las fotos.
Una mañana cualquiera en el Manuel Lois
Me levanto a las siete menos cuarto. Qué mierda. La diana se oye mucho, se encienden las luces. Abro la taquilla con la llave que tengo en el reloj. Menos mal que no duerme nadie sobre mí. Me quedo sentado en calzoncillos en la litera con la taquilla abierta. El cuartelero pasa levantando gente. El último imaginaria grita: ¡Compañía, el suboficial de guardia interior! y se oye un crujir de casi cien camas, ruido de ropa y de gente que se levanta. saco los calcetines de la taquilla y me los pongo. Hoy voy a ir con camisa. Saco una de los percheros y el pantalón mimetizado y me los pongo. Luego me pongo y me ato las botas, hago la cama rápidamente y más o menos mal. Cojo la boina, cierro la taquilla y me voy rápido a desayunar. Fuera hace frío, es de noche todavía, se ven las luces del camino de Torres ¿quién estará allá arriba? En la puerta (no hay puerta en realidad) de la Compañía hay dos o tres sacando cacao o café de la máquina (25 pta.) (es asqueroso). Sin ponerme la boina voy rápido al comedor (son las siete más o menos). Paso por detrás de la cocina, hay un cocinero preparando un caldero de café con leche. En la puerta del comedor no hay cola. Entro y cojo un pastel con un chorrito de crema, un vaso y me lo lleno de café con leche. me siento con alguien y me lo tomo rápido. Empieza a llegar más y más gente a desayunar. Acabo y dejo el vaso en los lavavajillas, me voy a la Compañía. En mi taquilla cojo el neceser (Armada Española, OK) y me voy al baño, espero que algún lavabo esté libre y me lavo la cara, me limpio los dientes y me afeito. Los lavabos ya están llenos de pelos, espuma, restos, agua estancada, sangre y yo qué sé. Mucha gente pululando, mucho ruido. Hay quien se ducha a estas horas. Siete y veinte. Dejo el neceser y recojo bolígrafos, la tarjeta de comer, algo de calderilla y salgo de la Compañía. Ya están empezando a limpiar (?). Voy a ver al Oficial de Guardia. En Prevención los que están salientes de guardia barren, friegan la escalera, limpian los ceniceros y papeleras. Me presento al Teniente (o Alférez) y le pido la llave del Almacén General. Los que entran de guardia ya están llegando a Prevención con el Cetme, cinto, machete, cargadores, botas limpias, chaquetón, una bolsita con cómics porno, etc. Tienen que formar a las siete y cuarenta. Yo me voy para el Almacén. Me pongo la boina. Por el camino saludo a los mandos que llegan al aparcamiento y van a las Cámaras a beber algo. En los talleres está el último punto taller hecho polvo. El barranco está helado. Más arriba, por la gasolinera, está el último punto de la garita del campo de tiro. Se oye a las siete y cuarenta al turuta tocando para que forme la guardia allá en Prevención. Abro el Almacén. Barro la oficina, limpio el polvo, los ceniceros, ordeno la mesa del Brigada, echo un vistazo a los asuntos pendientes, paso los calendarios, coloco una hoja nueva en la carpeta de movimiento diario y me tumbo a sobar hasta las ocho y media. Va llegando la gente del Almacén. Viene a repostar el coche del Coronel. Yo paso. No es la hora todavía. Además nadie ha ido a medir el combustible. Portaconejo va y lo hace todo.
De Punto de Control tienes una visión de un trozo de carretera que dura dos largas horas. Tienes el poder de decidir quién entra o no, levantas tu espada mecánica y ellos pasan por debajo mientras el chorro de aire te deja la espalda como un cacho de piedra fría. Si un galgo late, ajórcaló, me decía el Sevillano. Por la noche ves el barranco oscuro. El cielo está grisáceo y con pocas estrellas por la luz reflejada de Las Palmas. Mi misión es vigilar la carretera, la alambrada de las plataneras y todo esto alrededor. Caen piedras de la pared, pasan aviones destellando luz muy bajos. En el Cetme tengo una bala de fogueo y nueve balas auténticas. Puedo matar a nueve tíos. Si cada bala puede atravesar ocho personas, como me dijo alguien en Cartagena, puedo matar a setenta y dos personas en filas de a ocho. Veo luz en el Cuerpo de Guardia de Torres, en la Policía Naval, la CÍA de Fusiles y Martinón. Desde aquí llego a cualquiera de esos sitios. Puedo matar un policía naval, hacerme fuerte en esta azotea. Una guagua iluminada pasa por la carretera de Torres en el borde del barranco. Podría darle. La luna se pone por el otro lado, la apunto con el Cetme.
2010
En agosto de 2010 hice una visita al Barranco. En ese momento el Ayuntamiento estaba haciendo obras para convertir las instalaciones del Cuartel -ya abandonadas por la Armada- en una especie de parque urbano. En la prensa de aquellos meses apareció bastante información sobre los complejos de túneles del barranco, Hitler, submarinos alemanes, etc. En mi experiencia en el Cuartel, ocasionalmente veía a gente de marinería que venía a dejar o recoger algo en alguno de los túneles, pero nunca pudimos ni acercarnos a ellos, ni tampoco vi el interés.
Las fotos que hice son un recorrido por los edificios saqueados, algunos de ellos los recuerdo, en otros nunca entré.
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