viernes, 15 de octubre de 2004

Aquella tarde en que vi por primera y última vez a la Mir camino del océano.

20041014soviet

Hace unos días, en el blog de La Petite Claudine, que suelo leer con interés, me encontré con una bolsa para ordenador, con la particularidad de estar fabricada con materiales usados en los Soyuz (concretamente, tela de paracaídas). Este post hace que sienta un poco de nostalgia por cosas que nunca viví: la historia de la exploración del cosmos soviética desde los años 50 hasta los comienzos del siglo 21. El único trocito al que llegué es tan fugaz que se necesita mucha sublimación para fijarlo:

Era el año 2001, la estación espacial Mir se estaba cayendo. En alguna parte había leído los días y horas exactas en que estaba calculado que se vería en el cielo sobre esta isla; los dos primeros días estuvo nublado, con ese mar de nubes espeso que cubre el Valle; sólo quedaba un día, luego la Estación iba directa a la desintegración. Recién anochecido, cielo despejado, todos en la azotea esperando, y en el momento exacto en que estaba calculado apareció tan brillante como Sirio, sobre las siluetas de los telescopios de Izaña, hacia el Oeste; a toda velocidad, mucho más rápida que cualquier cosa que yo haya visto en el cielo, cruzó sobre La Ladera en dirección sureste, silenciosa, haciéndose pequeñita mientras se alejaba; no sé por qué uno espera que algo tan brillante y tan veloz debería hacer ruido, pero no fue así. En total el paso de la Mir duró unos 30-40 segundos. Es difícil olvidarlo.

En ese mes de marzo de 2001, durante semanas escuché noticias en las que se decía más o menos que la Mir podía caer en cualquier sitio, se hablaba de lo desastroso del programa espacial soviético, se mezclaba con la descomposición de la URSS, a la vez que se derrotaba toda una serie de opciones históricas, éticas, políticas, estéticas incluso. Un ejemplo:
Rusia esperaba ayer con angustia la caída de la Mir, prevista para las 7.30 de hoy (hora peninsular) en una zona alrededor de los 44 grados de latitud sur y 150 grados de longitud oeste. Una inquietud muy diferente a la que podían tener los neozelandeses o los chilenos, sobre cuyas cabezas había una remota posibilidad de que cayera algún fragmento del coloso orbital. Para los rusos, con la nave se hunde el orgullo de sentirse ciudadanos de la primera potencia espacial. El fin de la Mir supone asumir que viven en un país de segunda fila, la dura realidad no sólo de que están a la zaga de EE UU, sino de que la distancia aumenta.


Por lo que yo sé, la Mir, diseñada para una vida de 5 años y que duró en órbita 15, cayó cuándo y dónde los ingenieros decidieron, no hubo accidentes, pero no quiero ahora ponerme a analizar la situación actual de las industrias aeroespaciales del mundo, no es mi campo. Yo sólo puedo hablar desde lo subjetivo de mis emociones ante la estética seca y lo-fi de la cosmonáutica soviética; de esos perritos cosmonautas saliendo al espacio y regresando (excepto sí, la pobre Laika); de Valentina Tereshkova orbitando la Tierra en 1963, cuando yo estaba recién nacido; de las naves robóticas, los Lunik, estrellándose contra la Luna, fotografiándola por la cara oculta, alunizando, perforando, recogiendo piedras y trayéndolas cuidadosamente a la Tierra; de los Lunajod, con su aspecto de cacharro delirante de prototipo de científico loco recorriendo ellos solos la superficie de la Luna haciendo experimentos, enviando resultados en una época ya tan lejana como 1970, mientras yo con 7 años seguramente estaba jugando a hacer cometas en el barranco cerca de casa de mi abuela. A esos recuerdos que no tengo pero que puedo reconstruir les debo seguramente un guión, no sé cómo.

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